Agustina Medina, Lina Merino y Delfina Di Lorenzo [*]
En 1977 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer en homenaje a 129 mujeres trabajadoras de la fábrica Cotton de Nueva York, que murieron en un incendio durante una huelga con permanencia en la fábrica. Desde el 2017, las mujeres del mundo entero realizan, durante esa jornada, un “Paro Internacional de Mujeres” con el fin de visibilizar la violencia machista en todas sus formas y expresiones, y el trabajo productivo y reproductivo que realizan, pieza fundamental para el sostenimiento del sistema capitalista, reclamando por condiciones dignas y equitativas de trabajo, y el reconocimiento de las tareas reproductivas y de cuidado que llevan a cabo.
En el presente artículo nos proponemos plantear los motivos estructurales de la desigualdad de las mujeres trabajadoras en la actualidad e identificar cómo también estas situaciones se reproducen en el ámbito científico. Finalmente, las salidas que planteamos, desde el feminismo popular, para lograr una inserción plena y equitativa de las mujeres y disidencias en el mundo laboral.
Desde el inicio del sistema capitalista, las mujeres han sido históricamente relegadas al ámbito doméstico y encargadas de las tareas reproductivas y de cuidado dentro de la familia (institución núcleo del sistema). Es decir, son las encargadas de la “producción de la próxima generación de trabajadorxs”. En otras palabras,la familia se convierte en un pequeño centro de reproducción para la fuerza de trabajo. Mientras el varón realiza las tareas de proveedor, por lo cual recibe un salario, la mujer debe garantizar la reproducción, el cuidado de hijxs y adultxs mayores, sin percibir una retribución a cambio.
Esto es lo que llamamos trabajo doméstico no remunerado, muchas veces confundido con una demostración de amor e invisibilizando la carga que representa para las mujeres. Según datos de la Oxfam significa 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que supera los ingresos de las Industrias Tecnológicas.
Con la revolución industrial, por una necesidad del sistema productivo capitalista, las mujeres se han ido insertando en el mundo laboral, pero siempre dentro de un sistema que reproduce desigualdades de género incluso en este ámbito. Aquí, aparece una segunda y nueva forma de explotación:
- Las mujeres cobran menos que los hombres ante la misma tarea productiva;
- En los sectores donde la mayoría de lxs trabajadorxs son mujeres, éstas son minoría en la toma de decisiones y ocupan puestos de menor jerarquía;
- Hay una mayor presencia de mujeres en carreras y trabajos vinculados a la docencia, enfermería, las artes, asociadas social y culturalmente a estereotipos atribuidos al género femenino cómo la “sensibilidad”, la “creatividad”, el “cuidado”, etc. y una menor presencia en labores que se vinculan a la ciencia, tecnología e ingeniería, que requieren de otras habilidades -erróneamente- asociadas al género masculino.
Hoy, ante el desarrollo de la cuarta revolución industrial y la digitalización de la economía, se abre la puerta a una tercera y nueva forma de explotación, ya que se deben incorporar a nuevas formas de trabajo, que es remoto y a través de plataformas virtuales o redes sociales, donde los dispositivos móviles o computadoras se convierten en nuestros medios de producción. El COVID-19 exacerbó y puso muy en relieve esta triple explotación.
En muchos lugares, las mujeres fueron quienes pusieron el cuerpo para afrontar la pandemia (trabajadoras de la salud, de la seguridad, del ámbito científico, las mujeres que organizan comedores comunitarios para garantizar el plato en la mesa, etc.), quienes se cargaron por largas horas las tareas del hogar intensificadas durante el aislamiento, y quienes día y noche se conectaron a la red a través de dispositivos para organizarse, trabajar, informarse, e incluso “descansar” en los momentos de ocio y otras relaciones sociales estuvieron mediadas por la virtualidad.
Como mujeres trabajadoras del sector científico queremos visibilizar lo que significa ser trabajadoras a tiempo completo y proponer maneras de construir una ciencia más igualitaria. En la nota “11 febrero: las mujeres (de)construimos la ciencia” se identificaron algunas de las desigualdades que sufren las mujeres y diversidades que se desenvuelven en el campo de la ciencia y tecnología en Argentina. Pero Argentina no es la excepción a la regla:
En el mundo, sólo el 30% de lxs investigadorxs son mujeres según un informe de la UNESCO de 2019. A pesar del liderazgo de las mujeres en investigaciones de alto impacto, en Europa sólo el 11% de los puestos de investigación de alto nivel están ocupados por mujeres. En América Latina y el Caribe, las trabajadoras de la ciencia asciende a la cifra de 45.1% y aunque parezca que existe una relativa paridad de género, las condiciones laborales distan de ser igualitarias.
Pese a las desigualdades y la necesidad de revertir esta situación activamente, las mujeres estamos subrepresentadas en los órganos de tomas de decisiones, lo que impacta negativamente en la posibilidad de ser escuchadas.
La contracara de la falta de acceso a puestos jerárquicos es el tiempo que demanda la segunda forma de explotación asociada al trabajo reproductivo: somos amas de casa, madres, enfermeras del hogar, educadoras, guardianas de la salud y bienestar familiar, por mencionar algunas de las tareas que recaen sobre nuestras espaldas y que no representan ningún tipo de remuneración.
Durante el 2020 y en contexto de pandemia, diversos estudios han dado cuenta de que la brecha de género, lejos de achicarse, se agudizó. Si observamos uno de los principales indicadores que utiliza el sistema científico para evaluar a lxs investigadorxs y académicos, cómo es la cantidad y calidad de las publicaciones científicas, las mujeres-al contrario de los hombres- redujeron hasta un 35% el número de publicaciones científicas durante los meses de confinamiento.
Esas evaluaciones determinan aspectos centrales de su carrera, como las chances de conseguir o promover a un cargo más alto y obtener subsidios para avanzar con sus investigaciones. Situación no menor que nos plantea el desafío de buscar cambiar las reglas de juego en el sistema científico-tecnológico, y repensar cómo hacemos ciencia, para qué y quiénes.
Lo expuesto anteriormente dejó en evidencia que la base del problema es el sistema capitalista y patriarcal y si bien la fase actual, aumenta los niveles de explotación con mayor énfasis en las mujeres, también amplía las bases materiales para la toma de conciencia, la lucha por sus derechos y la búsqueda de su emancipación.
Repensar estas desigualdades y los motivos estructurales que las producen y sostienen desde una perspectiva feminista es importante para poder lograr la participación plena y equitativa de las mujeres en todo los ámbitos, donde formen parte de los espacios de toma de decisiones, y donde no influyan valores ni estereotipos de un sistema patriarcal que las explota y oprime con mayor fuerza.
Estamos convencidas de que el movimiento feminista aporta a la lucha de las mujeres trabajadoras, y que sus propias formas de reclamo sirven para potenciar la lucha de diversas maneras y con capacidad de acción glocal. Aún más, es el único movimiento capaz de incorporar los intereses de otros segmentos y sectores dándoles direccionalidad a través de sus iniciativas, debido a su heterogeneidad, y transversalidad cuestionando y transformando el status quo.
Por todo ello, las mujeres debemos tomar las banderas del movimiento feminista popular que lucha por la igualdad y la justicia social y que cuestiona las bases de todas las injusticias, porque trabajadoras somos todas.
Este #8M gritamos bien fuerte ¡“Queremos Pan, Rosas, y Ciencia al servicio del Pueblo”!
*Medina es Licenciada en Biología Molecular (UNSL), Doctoranda de la Universidad de Buenos Aires con mención en Fisiología, Facultad de Farmacia y Bioquímica, (UBA). Merino es Dra. en Ciencias Biológicas (UNLP), Lic.en Biotecnología y Biología Molecular (UNLP), Diploma en Género y Gestión Institucional (UNDEF), profesora en UNAHUR. Di Lorenzo es Lic. en Relaciones Internacionales (UNICEN), Maestranda y Especialista en Cooperación Internacional (UNSAM), Diploma en Género y Gestión Institucional (UNDEF), trabajadora del sector nuclear. Las tres son investigadoras del Observatorio de Energía, Ciencia y Tecnología (OECYT) asociado a la plataforma Pueblo y Ciencia.
Este artículo fue publicado por primera vez en Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)